Pedí un milagro y se presentó

No fui muy específica, pero al menos pasó algo bueno.

Joyería lunática para una lunática.

Estas semanas he estado con las entrañas en un nudo. Estamos pasando por situaciones delicadas en las que se están jugando muchas cosas de por medio. A la par de esto, mientras intentamos movernos casi con pulso de cirujano, me he estado encomendando mucho a la práctica espiritual. A la conexión con el Gran Espíritu que contiene cada ser y que contiene a cada ser.

Entre estas dificultades he llorado mucho, me he roto innumerables veces al día. Me he encontrado con humillaciones de todo tamaño, casi todas pasajeras, la gran mayoría muy pendejas. Por más insignificantes que sean, he reconocido que esas pequeñas sacudidas mueven un poquito los cimientos de dolores pasados y presentes, crónicos, que quizás se rompieron en algún momento con grietas que ni todo el cemento ni el oro del mundo han podido cerrar por completo.


He estado vendiendo cosas que ya no me sirven y comprando cosas que sí. Más que nada, en una plataforma por Internet dedicada a la compraventa entre usuarios. Prendas, juguetes, electrónicos, joyería, objetos coleccionables que quizás ya no tengan valor ni uso para alguien, pero que hacen diferencias incalculables en el andar de la vida para alguien más. Es muy mágico, pues. Lo más parecido a los trueques de antaño. Vendes cosas que ya te acompañaron lo que debían, y con ese dinero compras cosas nuevas para tu camino. Cambia tu forma de pensar sobre qué es lo que realmente quieres y necesitas, tanto utilitario, como estético y, por qué no, espiritual.

Hace casi un mes compré un arete. Sí, uno, en singular. Es uno de esos aretes especiales que se enganchan en la parte de arriba de la oreja de un extremo y que atraviesan alguna perforación del lóbulo en el otro. Son muy coquetos. Le dan algo de novedad, elegancia y atrevimiento a tu estilo sin tener que hacerte más perforaciones. Los originales son muy caros, pero este, que era nuevo y un regalo no deseado por la vendedora, estaba bastante asequible y bastante, bastante bonito. Más que bonito, especial. Ahondaré más al respecto acá abajo.

La vendedora lo envió al día siguiente de que lo compré. Le estuve dando seguimiento con el número de guía que me mandaron. Iba a llegar a una tienda cercana para que yo fuera a recogerlo. Pasó casi una semana. El servicio de paquetería dijo que el paquete fue rechazado. ¿Por la tienda? ¿El mensajero? Había algo de caos de logística con ese servicio de paquetería por esas fechas. Entre la confusión, dijeron que mi paquete no llegaría a su destino y que volvería al remitente. Sin más. Pero pasaron un par de semanas y no llegaba la notificación de que había vuelto a la vendedora. No había reembolso. Si no iba a tener ese arete, al menos necesitaba contar con el dinero que sí, era poco, pero podría usarse en cosas mejores que en un aparente limbo. Hablé con la plataforma y me dijeron que esperara cinco semanas para poder declararlo perdido, y entonces pedir el reembolso.

Sonará como un problema muy whitexican, como algo muy primermundista. Como algo que le pasa a una primera dama o a una empresaria de reality show. Literal, Kim, hay gente que se está muriendo. Pero créeme que este era el menor de mis problemas. El menor de mis males pasados y presentes. Así que me resigné a esperar a la fecha para el reembolso, lo dí como causa perdida, y me enfoqué en otros peces más grandes. Peces hinchados, flotando sobre el mar salino. Peces aleteando moribundos en la costa. Una que otra ballena varada.

Y es pensando en ellos que he estado pidiendo un milagro.


Ilustración de Hécate por Stéphane Mallarmé.

Como parte de mis estudios para un proyecto sobre las diosas de cada persona, he estado recurriendo a mi Hécate interna. Hécate, la diosa de la antigua Grecia que reinaba sobre el cielo, la tierra y el mar. La diosa de los caminos cruzados, de la luz en medio de la noche, de la magia y la brujería, protectora del hogar, madre de los ángeles y el anima mundi. Del alma del mundo. La triple diosa en las tres formas de la mujer, como joven, adulta y vieja. Cada vez más sabia, pero cada vez más abierta a compartir esa sabiduría. Una chingonería, pues.

Uno de los símbolos más reconocidos de Hécate es el de la triple luna, que representa las tres facetas ya mencionadas. Creciente, llena, menguante. Es un símbolo muy bonito que me recuerda que envejecer no es el fin del mundo, que madurar no es toparse contra la pared, y que la juventud no es ingenuidad por no decir pendejez. Que todas estas facetas merecen respeto y admiración, y que en todas ellas hay luz, energía y presencia.

De hecho, yo diría también que en la luna nueva también hay luz, energía y presencia. Aún en su muy fino contorno, ese círculo oscuro en el cielo no es precisamente hueco. Solo descansa. Como descansamos al final del día, y como descansaremos en el abrazo del silencio al final de la vida.

Mi collar de Hécate, la triple diosa con la triple luna.

Pero bien. Mientras las cosas parecen irse a la mierda o al menos mostrarse como retos gigantescos, he estado volcando de chorro. Ser alguien cada vez más espiritual y brujil no me convierte en una Ned Flanders del positivismo tóxico namasté vibrando alto. Trato lo más que puedo de ser feliz como un acto de rebeldía ante un mundo que me quiere jodida en cada segundo. Por supuesto. Aunque no soy actriz. No sé pretender, y no sé hacerlo tanto tiempo. Cuando estoy mal, estoy mal. Lo escondo poquito, pero siempre explota y me lleva al carajo. Intento aferrarme al espíritu, pero lo sigo sintiendo retumbar en mi mente. Hasta en mi cuerpo. Algún día haré una rutina de comedia sobre la retención anal. Porque, por alguna razón escatológica y humana, todos mis chistes tienen que ver con caca.

Cansada de tanto quiebre emocional y físico, he estado pidiendo un milagro. Entregando mis problemas a mi yo más elevado, como me enseñó la maestra Amanda Escalante. Persignándome e invocando a los ángeles elementales de mi interior hacia el exterior como me enseñó el maestro Damien Echols. Rezando, de repente, como me enseñó mi madre. Una revoltura, pues, pero para mí todos los caminos llevan a donde mismo, así que tomo los que más resuenan con la alegría de mi alma. Los que nadie me obliga a hacer y sigo con voluntad, respeto, y amor por encima de todo. Sollozando, temblando, pero amando. Amando.

Y anoche, de la nada, se presentó el milagro. El más pequeño de los problemas, pero el que más había dado por perdido.


Recibí una notificación de la plataforma diciendo que mi arete ya estaba listo para ser recogido de la tienda.

¿Qué? La noticia más inesperada. La que menos estaba en mis manos y ante la que ya me había rendido. Ya pensaba que ese arete estaba arrumbado en algún lote baldío en alguna parte del país o en la corriente de un río. En el drenaje, como el excremento que tanto había batallado en liberar la semana pasada.

El mensaje llegó a eso de las diez de la noche. Estaba oscuro y lloviendo. Me emocioné tanto que me puse el rompevientos y salí por él. Verás, la tienda en donde lo recogería cuenta con dos opciones para recoger paquetería: unos casilleros afuera de la entrada, y los mostradores detrás de las cajas para pagar. A los casilleros puedes acceder 24/7, y con solo escanear el código QR que te mandó la plataforma puedes abrir el casillero donde está tu compra. También puedes hacer lo mismo para mandar un paquete y que te abran un espacio para que lo metas y el mensajero lo envíe después. Es muy cómodo.

No leí bien el mensaje y pensé que el arete había llegado a esos casilleros. Pero no. La pantalla no reconoció mi código. Entonces, el paquete estaba adentro de la tienda, la cual estaba cerrada. Tendría que volver en horas laborales, preguntarle a un cajero para que ellos mismos escanearan mi código, sacaran el paquete desde detrás del mostrador y me lo entregaran después de que yo les enseñara mi identificación. Digo, se entiende si es una pieza de joyería, por más barata que haya salido.

Así que volví a la tienda este mañana, que ya estaba abierto, y recogí el arete.


¿Y qué tiene que ver Hécate y el milagro y el arete?

Pues que la razón por la que me gustó este arete es porque, de adorno, tiene la triple luna.

Arete con la triple luna.

La triple luna de la diosa en la que pienso y encarno cada vez que leo las cartas. Cada vez que salgo a eventos de micrófono abierto. Cada vez que conozco a alguien nuevo o voy a algún lugar en el que necesito integrar mi magia, mi sabiduría y mi autoconfianza. Mi nombre, Cynthia, significa “pertenecer a la luna”, y mucho tiempo estuve desconectada de este nombre y de este significado. De esta identidad. De este poder y saber internos que claman por ser compartidos. Por ser usados para un bien común, o para hacer la diferencia positiva en la vida de al menos una persona, aunque esa persona sea a veces yo solamente.

Por eso estoy tan fascinada y agradecida por este arete que había dado por perdido, porque también todo lo que simboliza lo había dado por perdido. Había pedido un milagro, pero no había sido muy específica. No dije “quiero despertar con tanto dinero en mi cuenta, con tales propuestas en mi bandeja de entrada, con tal persona invitándome a tal cosa, con estos problemas gigantes solucionados así y asá”.

No manifesté como una Martita Higareda diciendo “voy a estar en Hollywood”, ni como un Tom Holland diciendo que su crush era Zendaya, ni como Guillermo del Toro diciéndose a sí mismo de pequeño que algún día haría una película de Frankenstein. Pero fue algo grandioso. Aparentemente pequeño, pero simbólicamente potente. Y si esto no hubiera pasado, quizás hubiera pasado algo más. Algo bueno que me hubiera recordado, como ahora, lo capaz que soy, lo valiosa que soy en cada etapa de la vida, la luz que está hasta en lo más oscuro, y que a veces es necesario relajarse en la lucha para que lo aparentemente imposible sea realmente posible.


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