Niños adultos, adultos niños

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Un rant multigeneracional sobre las perspectivas que los boomers tienen sobre los millennials.

Me salió este debraye hace un par de meses, y solo lo tenía acumulando polvo en el Notion. Lo encontré de nuevo cuando mudé todas mis notas al Obsidian. Que me está gustando, pero está muy torpe con eso de la sincronización. En la maestría usaba Joplin, que es de las más antiguas, pero exportar mis notas para allá sería bastante complicado ¿Ustedes qué apps de notas usan? Que pueda usar en escritorio, tableta y teléfono. O a lo mejor ni falta me hace depender tanto del teléfono.

Pareja joven en los 80s. Foto: sergio salamanca | Unsplash.

Los boomers se quejan mucho de que los millenials somos muy aniñados.

Que cómo podemos estar en los veintes, treintas, cuarentas y seguir coleccionando juguetes, viendo series de ciencia ficción, jugando videojuegos, no teniendo hijos, haciéndonos tatuajes, pintándonos el pelo más por diversión que por taparnos las canas.

Que por qué no maduramos. Que por qué no crecemos.

Pues porque nunca nos dejaron crecer.

¿Saben qué se siente no tener un trabajo que dure toda la vida? ¿Partirse el lomo y sin embargo no tener para una casa? ¿Para un buen carro?

Estudiamos una carrera o tomamos un oficio pero no nos llaman “licenciados”, ni “ingenieros”, ni “plomeros” como si fuera credencial de orgullo porque NO nos da orgullo haber caído en una estafa piramidal. Porque gastamos tanto en aprender y recibimos tan poco a cambio en un mercado cada vez más mermado, cada vez más obsoleto, cada vez más reemplazable.

¿Por qué voy a usar traje formal con hombreras, maquillaje y tacones, si mi puto trabajo lo puede hacer un robot?

Jóvenes millenials de hoy. Foto: Illia Horokhovsky | Unsplash.

Estamos siendo niños ahora porque no lo fuimos ayer. Porque no nos dejaron crecer como ustedes, trepar en los árboles, salir en la bici, no volver hasta noche, bañarnos con manguera.

Que porque nos llevaban los robachicos. Que porque nos mataban los satánicos.

Si ustedes tenían plomo en el aire, mecates en los parques, hoyo en la capa de ozono, federales y porros contra hippies. Y eso a ustedes no se los llevó ni los mató. Solo los dejó un poco pendejos.

Por eso a los niños de ahora mejor los apendejan en casa. Les dan de comer pura mierda, los sedan con la tablet para no convivir con ellos.

A nosotros mucho stranger danger, pero a ellos cibernovios en Minecraft, no hay pedo.

Algún día me echaré un rant más dedicado sobre esto. No sé, lmao. Foto: Sherwin Ker | Unsplash.

Se quejan de que no somos adultos pero no nos dejan ser adultos. No confían en nosotros cuando les decimos que decirle “gracias” al ChatGPT se chinga medio litro de agua. Que el planeta está en llamas. Que su político favorito está lleno de mierda.

Es como si se arrepintieran de que no haya habido un Tlatelolco cuando crecimos. De que la leche de la Conasupo no nos alcanzó a matar.

Porque crecimos no podían dejarnos vivir tan bien como ustedes. Crecer, asentarnos, en su cabeza hacerlos a un lado como ustedes hicieron a un lado a sus padres.

Sus padres que sobrevivieron una guerra mundial, una miseria extrema, Un miedo imperante a la muerte desde el nacimiento. Que solo buscaban lo mejor para ustedes y les dieron todo en bandeja de plata.

Una bandeja que se negaron a heredar, y que hicieron lo más difícil posible de conseguir por mérito propio.

A veces siento que nos siguen viendo así. Foto: Annie Spratt | Unsplash.

Por eso no somos adultos. Porque nunca nos dejaron serlo.

Apenas y hemos sido niños, porque esa infancia la vivimos con miedo.

Miedo que nos heredaron en vida, en vez de heredarnos terrenos.

Quizás si hubiéramos podido pagar una casa en la Anáhuac con sueldo de recepcionista no estaríamos apenas poniéndonos al corriente con cosas de Hello Kitty en el escritorio godín, que bien nos tomó hora y media llegar hasta él en camión. Para luego tomar otra hora y media más mínimo, después de trabajar horas extra sin pago en caprichos del jefe, para volver a nuestro depa con roomies a comer pizza y ver Hora de Aventura.

Iba a decir “rolarnos un blunt” pero hay antidoppings random en la oficina. Porque no confían en nosotros. No confían en que les decimos que no pueden guardar un gif como un PDF, ni que el río está vivo, ni que tomar un descanso no nos hace delincuentes.

Tomamos matcha en lo que terminan de secarse las plantas. Somos fans de artistas extranjeros antes de que nos cierren las fronteras. Vemos anime porque ver gigantes comer gente, patinadores de hielo enamorarse, o piratas buscar un tesoro nos parece más realista que las existencias perfectas de lujo en las telenovelas.

Juntar todas las fuerzas para lanzar un genkidama nos parece más realista que juntar todos los ahorros y estudiar hasta el cansancio para recibir 10 mil pesos al mes.

Al menos Gokú gana sus batallas.

Y el tesoro son los amigos que hacemos en el camino.

Amistad es amigos. Foto: kevin turcios | Unsplash

Y eso es algo que tenemos que ustedes ni se molestan en mantener. Amigos. Empatía. Crecer juntos, conectar y querernos en lo próspero y en lo adverso. En la salud y en la enfermedad. En el final de temporada de Perdidos y en el anuncio del nuevo disco de la Gaga.

La amistad es mucho más divina que muchas instituciones. Y a veces nos leemos las cartas, ponemos velitas, hacemos hechizos. Y hay quienes, sí, hasta se dicen satánicos, pero no roban ni violan, ni matan niños.

Lo mismo no podría decirse de las figuras en las que ustedes confían y confiaban, por encima de nosotros y nuestras confesiones, en las que nos atrevimos a decir la verdad y a ustedes no les gustó.

Y no confían en nosotros y no nos dejan crecer. No nos ven como adultos porque en realidad jamás nos vieron como niños.

Nos vieron como a la casa de Anáhuac con sueldo de recepcionista. Como el sedán nuevo cada año con carrera de ingeniero. Como la ropa de Liverpool porque qué oso comprar en el tianguis, ni que no te alcanzara para nada más. Como las figuritas de Yadró que no te atrevas a decir que son como los Funkos de los abuelos.

Como objetos. Como el deber ser. Como el deber tener.

Si fuéramos objetos, seríamos más bien pokemones. Encerrados en nuestras esferas, lanzados fuera del cautiverio para luchar unos contra otros por tomar algo de oxígeno para que nuestros captores ganen y sean reconocidos aunque los poderes, el poder, en verdad sean nuestros.

Pero los pokemones también evolucionan.

Y es lo que estamos haciendo.

Photo: Illia Horokhovsky | Unsplash.


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